La gran capitana: Mika y su guerra de España
Artículo publicado en Revista Cultural Los Ojos de Hipatía, 13-02-2019
Rocío González Naranjo
Durante la guerra civil, los republicanos no contaron con la ayuda de
los países democráticos: Francia e Inglaterra decidieron un pacto
de no intervención, considerando que era “un asunto interno”,
además de otras cuestiones geopolíticas en las que no vamos a
entrar ahora. Otras personas conscientes de que la guerra “española”
no era una contienda interna, vinieron a España para luchar por la
legalidad y por la revolución. Ése fue el caso de Hipólito y Mika
Etchebéhère, abandonado una tranquila vida en la Pampa argentina
para defender sus ideales.
Mika e Hipólito en La Pampa
Buscaban la revolución obrera, primero en Berlín en 1932, y
después en España antes del estallido de la guerra. Mika se
encontraba en París, residencia del matrimonio, e Hipólito hacía
ya dos meses que se encontraba en Madrid, escribiendo a su esposa
sobre la situación revolucionaria que se estaba produciendo. Así,
ambos se encontraron en Madrid el 18 de julio, como cualquier español
que buscaba defender la República, en busca de armas. Primero fueron
a la frecuentada Puerta del Sol, donde se situaba el Ministerio del
Interior. Pero en vano: el gobierno decía tener la situación
controlada, mientras se producía el asalto al cuartel de la Montaña.
La pareja entonces vagó por las calles de Madrid buscando armas que
repartían los sindicatos y los partidos. Así comenzó la revolución
que después se convirtió en una guerra civil. Fue el POUM, el grupo
más cercano a las ideas del matrimonio quien los acogió y les dio
las armas correspondientes para defenderse.
Hipólito, jefe militar del POUM
Hipólito se encontró al mando de una columna del POUM: dos
camiones, tres coches, cien hombres, treinta fusiles y una
ametralladora vieja, eso es todo lo que tenían. Después
consiguieron dinamita, la palabra estrella entre las columnas de
milicianos. Hipo, como le llamaba Mika, consiguió entrevistarse con
la Pasionaria, y él le afirmó la condición del POUM de ser
trotskistas. “No tiene importancia, luchamos por lo mismo”. Con
las purgas estalinistas todo eso cambiaría, pero en esos momentos
era el principio de la revolución en la que todos los antifascistas
se unieron para aplastar a los enemigos y en la que la intervención
de la URSS aún no había calado en España. Qué pena que no
hubieran continuado de ese modo, las disensiones internas fueron las
culpables, en gran medida, de la pérdida de la República. Pero
volvamos a la historia de Mika e Hipólito.
Mika en 1936 en la estación de tren de Sigüenza con sus hombres
En esos primeros días, Mika se encargó de ser “la madre” de
todos aquellos milicianos, cuidando de que no les faltara comida,
bebida, higiene, etc. La columna se dirigió a Sigüenza. Allí
cambió completamente el destino de Mika. En la Alcarria, queriendo
llegar a Atienza, Hipo murió en combate. A partir de entonces, Mika
se convirtió, sin quererlo, en la referente de aquella columna.
Quizá el hecho de dirigirse a los milicianos como a iguales en un
momento en el que el machismo no entendía de ideologías, hizo que
fuera respetada desde el principio por un puñado de hombres rudos e
incluso, peligrosos:
“Las chicas que están entre nosotros son milicianas, no criadas.
Luchamos por la revolución, hombres y mujeres, de igual a igual, no
lo olvidéis nunca.”1
Sigüenza comenzó a ser bombardeada por los franquistas, pero la
columna de Mika aguantó el asalto por orden de Madrid. Pero después
las órdenes no llegaban, parecía que se habían olvidado de esta
pequeña columna. Se refugiaron en la catedral, también por orden de
Madrid – querían emular lo sucedido en el Alcázar –, y se
mantuvieron como pudieron hasta darse cuenta de lo evidente:
perderían Sigüenza sin la ayuda de Madrid. Los habían abandonado.
En esa catedral murieron muchos luchadores, entre ellos la miliciana
conocida como “la Chata”. Mientras permanecían encerrados en
aquella catedral, las conversaciones giraban en torno a Mika.
Aquellos españoles no comprendían qué pintaba una argentina en
aquella guerra. Mika respondía con serenidad:
“Pertenezco a esta guerra y no puedo servirla más que aquí;
porque es pura solamente aquí, lejos de la no intervención y de
todas las cocinas políticas.”
Fue la propia Chata, con su pierna en gangrena, la que le suplicó
que abandonara la catedral, antes que caer en manos franquistas.
Catedral de Sigüenza tras la batalla
Mika
abandonó la catedral con el corazón roto al saber que dejaba a
personas heridas y desamparadas ante los fascistas, pero era
necesario para poder continuar la lucha. Junto a un francés llamado
“El marsellés”, saltó por los muros de la catedral, rompiéndose
tres dedos de la mano. Finalmente, se encontró con siete personas
entre las que no estaba el marsellés, caído seguramente durante la
carrera a campo a través con las balas silbando a sus lados. Fueron
salvados por milicianos de varias organizaciones sindicales que los
encontraron camino de Mandayona.
Mika en el frente con el miliciano conocido como "El boliviano"
De vuelta a Madrid, Mika se encontró con parte de su columna en el
local del POUM. Al estar herida, la mandaron al hospital y le
permitieron que partiera hacia Francia, donde tenía su domicilio.
Diez días duró. No podía soportar quedarse en un país que miraba
hacia otro lado, quería continuar la revolución, y así lo hizo. La
columna comenzó a tomar prestigio, y fueron llamados para los
combates de la Moncloa. Allí estuvieron hacinados en las trincheras
durante mucho tiempo, sufriendo no solamente muertos y heridos, sino
también una guerra psicológica que se producía cada noche por
parte de los que se encontraban “enfrente”. Mika ya era la
capitana. Y ella se preguntaba:
“¿Qué
soy para ellos? Probablemente ni mujer ni hombre, un ser híbrido de
una especie particular a la que obedecen ahora sin esfuerzo, que
vivía al principio a la sombra de su marido, que lo remplazó al
mando de la columna en circunstancias dramáticas, que no ha cedido,
que los ha apoyado siempre y, para más mérito, que ha venido del
extranjero para combatir con ellos.”
Mika en el Cerro del águila, en 1936. Cipriano Mera se encuentra a la izquierda de la foto.
La
columna tomó tal prestigio que fueron llamados después de Moncloa
para las trincheras de Pineda de Húmera. Allí pasaron los tiempos
más difíciles: la
lluvia, el frío, los enfermos, los obuses… y Mika no dormía,
estaba siempre expuesta y siempre dispuesta para sus hombres. Hacía
la ronda con el jarabe en la mano para distribuirlo entre los que
tosían sin parar. Comprendió al fin que el alcohol hacía olvidar
el hambre, permitiéndolo y repartiéndolo entre los milicianos. El
Clavelín, el chico más joven de la columna, pero el más anciano de
ellos, ya que estuvo con Mika desde Siguenza, es quizá el hilo
conductor de las memorias de la capitana. Es
quizá el símbolo de la lucha revolucionaria: las ganas de combatir,
a pesar de los peligros, de la muerte; el amor por la libertad, la
testarudez mostrada ante una Mika maternal que no le dejaba que
estuviera expuesto. Éste
fue el último frente que ocupó la columna del POUM como milicianos.
Ya por entonces comenzaron las purgas estalinistas contra los
trotskistas, y en las trincheras no se hablaba de otra cosa. Mika,
que en principio no compartía totalmente las ideas del POUM, acabó
formando plenamente parte de la columna y de su partido.
En
sus memorias se cuentan anécdotas de todo
tipo en cuanto a su condición de mujer en el frente, pero lo que nos
ha llamado más la atención es la visita de un periodista francés –
no se dice el nombre – el cual sugiere, tras una entrevista con
Mika, que duerma con él en el hotel en el que se aloja. De nuevo,
Mika demostraba
sus convicciones y renunció,
no porque no quisiera, sino porque sentía que debía ser íntegra
para sus hombres, y así lo hizo. Al volver de la entrevista, los
milicianos del POUM le preguntaron, haciéndole comprender que podía
hacer lo que quería, que no por ello iba a ser menos respetada. La
conversación fue terminada tajantemente por la propia Mika, que
antes de ser mujer, era la jefa y compañera de “sus” hombres, y
a ellos se debía.
El último frente al que la
columna del POUM acudió fue al cerro del Águila, pero esta vez todo
cambió. Ya no existían
como milicianos, sino como ejército regular. Algunos prefirieron
irse con las columnas de la CNT-FAI antes que ser disueltos. Otros
aceptaron la oferta de regularización siempre y cuando estuvieran
juntos. Así fue, y fueron los primeros en la batalla. Pero Mika dejó
de ser su capitana, y pasó a ser capitana adjunta bajo las órdenes
del comandante Bautista. Mika
continuó, sin embargo, yendo a las trincheras para ayudar a sus
hombres, y se dio cuenta de que en ese frente inactivo, hacía falta
algo fundamental: una escuela. Con el consentimiento del comandante,
la capitana creó una escuela en el mismo frente y enseñó a muchos
milicianos a leer. Era también una forma de lucha, a través de la
educación.
¿Recordáis
a Clavelín? Se presentó ante Mika, aún herido de su última
batalla en la Pineda de Húmera, suplicando que
le dejara luchar. Con ese
sentido materno que Mika tenía hacia este chico, no pudo negarle la
petición. El día del asalto a la colina, la antigua columna del
POUM fue
la que se puso en primera línea. Fue un desastre: la ayuda que debía
llegar de Madrid lo hizo muy tarde, ya de día, y muchos hombres
cayeron en el frente. Clavelín murió allí mismo, tenía solamente
quince años. Y así termina el relato de Mi
guerra de España,
pero no la epopeya de Mika, quien fue víctima de las purgas
estalinistas. Fue
detenida y enviada a una checa, considerándosele enemiga de la
República por su condición de trotskista. Pero Cipriano Mera,
anarquista comandante de la 14 división, y amigo de Mika, la salvó.
Sin embargo ya no pudo volver al frente.
¿Y
qué podemos decir como conclusión a nuestra lectura de Mi
guerra de España? El
horror cometido por los propios comunistas, compañeros al principio
y enemigos al final; la incompetencia de un gobierno que no supo
actuar a tiempo; la intrusión de Stalin en la guerra de España, las
purgas entre los mismos compañeros, las divisiones, la falta de
medios, la no intervención de los países que se llamaban a sí
mismos democráticos… No, no podemos dar una conclusión.
Únicamente rendir homenaje a Mika y todos los extranjeros que
creyeron en la libertad y lucharon hasta la muerte por ella.
1Mika
Etchebehere, Mi guerra de España. Una mujer a la cabeza de una
columna de combate (edición francesa), 1976, p. 41.