miércoles, 29 de enero de 2020

La gran capitana: Mika y su guerra de España

La gran capitana: Mika y su guerra de España

Artículo publicado en Revista Cultural Los Ojos de Hipatía, 13-02-2019

Rocío González Naranjo




Durante la guerra civil, los republicanos no contaron con la ayuda de los países democráticos: Francia e Inglaterra decidieron un pacto de no intervención, considerando que era “un asunto interno”, además de otras cuestiones geopolíticas en las que no vamos a entrar ahora. Otras personas conscientes de que la guerra “española” no era una contienda interna, vinieron a España para luchar por la legalidad y por la revolución. Ése fue el caso de Hipólito y Mika Etchebéhère, abandonado una tranquila vida en la Pampa argentina para defender sus ideales.

Mika e Hipólito en La Pampa

Buscaban la revolución obrera, primero en Berlín en 1932, y después en España antes del estallido de la guerra. Mika se encontraba en París, residencia del matrimonio, e Hipólito hacía ya dos meses que se encontraba en Madrid, escribiendo a su esposa sobre la situación revolucionaria que se estaba produciendo. Así, ambos se encontraron en Madrid el 18 de julio, como cualquier español que buscaba defender la República, en busca de armas. Primero fueron a la frecuentada Puerta del Sol, donde se situaba el Ministerio del Interior. Pero en vano: el gobierno decía tener la situación controlada, mientras se producía el asalto al cuartel de la Montaña. La pareja entonces vagó por las calles de Madrid buscando armas que repartían los sindicatos y los partidos. Así comenzó la revolución que después se convirtió en una guerra civil. Fue el POUM, el grupo más cercano a las ideas del matrimonio quien los acogió y les dio las armas correspondientes para defenderse.

Hipólito, jefe militar del POUM

Hipólito se encontró al mando de una columna del POUM: dos camiones, tres coches, cien hombres, treinta fusiles y una ametralladora vieja, eso es todo lo que tenían. Después consiguieron dinamita, la palabra estrella entre las columnas de milicianos. Hipo, como le llamaba Mika, consiguió entrevistarse con la Pasionaria, y él le afirmó la condición del POUM de ser trotskistas. “No tiene importancia, luchamos por lo mismo”. Con las purgas estalinistas todo eso cambiaría, pero en esos momentos era el principio de la revolución en la que todos los antifascistas se unieron para aplastar a los enemigos y en la que la intervención de la URSS aún no había calado en España. Qué pena que no hubieran continuado de ese modo, las disensiones internas fueron las culpables, en gran medida, de la pérdida de la República. Pero volvamos a la historia de Mika e Hipólito.

Mika en 1936 en la estación de tren de Sigüenza con sus hombres

En esos primeros días, Mika se encargó de ser “la madre” de todos aquellos milicianos, cuidando de que no les faltara comida, bebida, higiene, etc. La columna se dirigió a Sigüenza. Allí cambió completamente el destino de Mika. En la Alcarria, queriendo llegar a Atienza, Hipo murió en combate. A partir de entonces, Mika se convirtió, sin quererlo, en la referente de aquella columna. Quizá el hecho de dirigirse a los milicianos como a iguales en un momento en el que el machismo no entendía de ideologías, hizo que fuera respetada desde el principio por un puñado de hombres rudos e incluso, peligrosos:

“Las chicas que están entre nosotros son milicianas, no criadas. Luchamos por la revolución, hombres y mujeres, de igual a igual, no lo olvidéis nunca.”1


Sigüenza comenzó a ser bombardeada por los franquistas, pero la columna de Mika aguantó el asalto por orden de Madrid. Pero después las órdenes no llegaban, parecía que se habían olvidado de esta pequeña columna. Se refugiaron en la catedral, también por orden de Madrid – querían emular lo sucedido en el Alcázar –, y se mantuvieron como pudieron hasta darse cuenta de lo evidente: perderían Sigüenza sin la ayuda de Madrid. Los habían abandonado. En esa catedral murieron muchos luchadores, entre ellos la miliciana conocida como “la Chata”. Mientras permanecían encerrados en aquella catedral, las conversaciones giraban en torno a Mika. Aquellos españoles no comprendían qué pintaba una argentina en aquella guerra. Mika respondía con serenidad:

“Pertenezco a esta guerra y no puedo servirla más que aquí; porque es pura solamente aquí, lejos de la no intervención y de todas las cocinas políticas.”

Fue la propia Chata, con su pierna en gangrena, la que le suplicó que abandonara la catedral, antes que caer en manos franquistas. 

Catedral de Sigüenza tras la batalla

Mika abandonó la catedral con el corazón roto al saber que dejaba a personas heridas y desamparadas ante los fascistas, pero era necesario para poder continuar la lucha. Junto a un francés llamado “El marsellés”, saltó por los muros de la catedral, rompiéndose tres dedos de la mano. Finalmente, se encontró con siete personas entre las que no estaba el marsellés, caído seguramente durante la carrera a campo a través con las balas silbando a sus lados. Fueron salvados por milicianos de varias organizaciones sindicales que los encontraron camino de Mandayona.

Mika en el frente con el miliciano conocido como "El boliviano"

De vuelta a Madrid, Mika se encontró con parte de su columna en el local del POUM. Al estar herida, la mandaron al hospital y le permitieron que partiera hacia Francia, donde tenía su domicilio. Diez días duró. No podía soportar quedarse en un país que miraba hacia otro lado, quería continuar la revolución, y así lo hizo. La columna comenzó a tomar prestigio, y fueron llamados para los combates de la Moncloa. Allí estuvieron hacinados en las trincheras durante mucho tiempo, sufriendo no solamente muertos y heridos, sino también una guerra psicológica que se producía cada noche por parte de los que se encontraban “enfrente”. Mika ya era la capitana. Y ella se preguntaba:

“¿Qué soy para ellos? Probablemente ni mujer ni hombre, un ser híbrido de una especie particular a la que obedecen ahora sin esfuerzo, que vivía al principio a la sombra de su marido, que lo remplazó al mando de la columna en circunstancias dramáticas, que no ha cedido, que los ha apoyado siempre y, para más mérito, que ha venido del extranjero para combatir con ellos.”

Mika en el Cerro del águila, en 1936. Cipriano Mera se encuentra a la izquierda de la foto.

La columna tomó tal prestigio que fueron llamados después de Moncloa para las trincheras de Pineda de Húmera. Allí pasaron los tiempos más difíciles: la lluvia, el frío, los enfermos, los obuses… y Mika no dormía, estaba siempre expuesta y siempre dispuesta para sus hombres. Hacía la ronda con el jarabe en la mano para distribuirlo entre los que tosían sin parar. Comprendió al fin que el alcohol hacía olvidar el hambre, permitiéndolo y repartiéndolo entre los milicianos. El Clavelín, el chico más joven de la columna, pero el más anciano de ellos, ya que estuvo con Mika desde Siguenza, es quizá el hilo conductor de las memorias de la capitana. Es quizá el símbolo de la lucha revolucionaria: las ganas de combatir, a pesar de los peligros, de la muerte; el amor por la libertad, la testarudez mostrada ante una Mika maternal que no le dejaba que estuviera expuesto. Éste fue el último frente que ocupó la columna del POUM como milicianos. Ya por entonces comenzaron las purgas estalinistas contra los trotskistas, y en las trincheras no se hablaba de otra cosa. Mika, que en principio no compartía totalmente las ideas del POUM, acabó formando plenamente parte de la columna y de su partido.


En sus memorias se cuentan anécdotas de todo tipo en cuanto a su condición de mujer en el frente, pero lo que nos ha llamado más la atención es la visita de un periodista francés – no se dice el nombre – el cual sugiere, tras una entrevista con Mika, que duerma con él en el hotel en el que se aloja. De nuevo, Mika demostraba sus convicciones y renunció, no porque no quisiera, sino porque sentía que debía ser íntegra para sus hombres, y así lo hizo. Al volver de la entrevista, los milicianos del POUM le preguntaron, haciéndole comprender que podía hacer lo que quería, que no por ello iba a ser menos respetada. La conversación fue terminada tajantemente por la propia Mika, que antes de ser mujer, era la jefa y compañera de “sus” hombres, y a ellos se debía.


El último frente al que la columna del POUM acudió fue al cerro del Águila, pero esta vez todo cambió. Ya no existían como milicianos, sino como ejército regular. Algunos prefirieron irse con las columnas de la CNT-FAI antes que ser disueltos. Otros aceptaron la oferta de regularización siempre y cuando estuvieran juntos. Así fue, y fueron los primeros en la batalla. Pero Mika dejó de ser su capitana, y pasó a ser capitana adjunta bajo las órdenes del comandante Bautista. Mika continuó, sin embargo, yendo a las trincheras para ayudar a sus hombres, y se dio cuenta de que en ese frente inactivo, hacía falta algo fundamental: una escuela. Con el consentimiento del comandante, la capitana creó una escuela en el mismo frente y enseñó a muchos milicianos a leer. Era también una forma de lucha, a través de la educación.


¿Recordáis a Clavelín? Se presentó ante Mika, aún herido de su última batalla en la Pineda de Húmera, suplicando que le dejara luchar. Con ese sentido materno que Mika tenía hacia este chico, no pudo negarle la petición. El día del asalto a la colina, la antigua columna del POUM fue la que se puso en primera línea. Fue un desastre: la ayuda que debía llegar de Madrid lo hizo muy tarde, ya de día, y muchos hombres cayeron en el frente. Clavelín murió allí mismo, tenía solamente quince años. Y así termina el relato de Mi guerra de España, pero no la epopeya de Mika, quien fue víctima de las purgas estalinistas. Fue detenida y enviada a una checa, considerándosele enemiga de la República por su condición de trotskista. Pero Cipriano Mera, anarquista comandante de la 14 división, y amigo de Mika, la salvó. Sin embargo ya no pudo volver al frente.


¿Y qué podemos decir como conclusión a nuestra lectura de Mi guerra de España? El horror cometido por los propios comunistas, compañeros al principio y enemigos al final; la incompetencia de un gobierno que no supo actuar a tiempo; la intrusión de Stalin en la guerra de España, las purgas entre los mismos compañeros, las divisiones, la falta de medios, la no intervención de los países que se llamaban a sí mismos democráticos… No, no podemos dar una conclusión. Únicamente rendir homenaje a Mika y todos los extranjeros que creyeron en la libertad y lucharon hasta la muerte por ella.

1Mika Etchebehere, Mi guerra de España. Una mujer a la cabeza de una columna de combate (edición francesa), 1976, p. 41.

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