lunes, 9 de diciembre de 2019

María Lejárraga por caminos de España

María Lejárraga por caminos de España

Artículo publicado en la revista cultural Los Ojos de Hipatía, el 13 de febrero de 2018

Rocío González Naranjo

María Lejárraga, conocida como Martínez Sierra (1874-1974) fue una mujer extraordinaria, pero a la vez contradictoria. Harto es sabido que el «gran» dramaturgo Gregorio Martínez Sierra no era el que escribía sus obras de gran éxito. Gregorio se encargaba de las relaciones publicas mientras que su mujer, María Lejárraga, escribía las obras y los ensayos. Mucho tiempo hubo de pasar para que la propia María lo reconociera en su autobiografía Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración (1953). María Lejárraga – nombre que preferimos utilizar – fue una gran escritora de su tiempo, olvidada de los cánones oficiales y de la historia, como todas las mujeres de la Edad de Plata que estuvieron a la sombra de un hombre, ya fuera su marido, su hermano, su padre o un amigo.

  Además de escritora, fue una gran activista feminista (de ahí la contradicción con su silencio) y política. Dirige, en 1918, la Unión de Mujeres Españolas (1918), fue cofundadora del Lyceum Club de Madrid, creó la Asociación Femenina de Educación Cívica, fue miembro de la Residencia de Señoritas, de Mujeres Antifascistas, de la Liga Femenina por la Paz, y a principios de la guerra, fue nombrada agregada comercial en Suiza e Italia, pero ella decidió trasladarse a Bélgica para ocuparse de los niños refugiados españoles. Fue la secretaria española de la Alianza Internacional del Sufragio de la Mujer. No debemos olvidar que, además, fue diputada de Granada en las Cortes Republicanas en 1933 por el PSOE, utilizando su propio nombre y renunciando así a la marca Martínez Sierra.
Crónica, 19-06-1932



   María era maestra de vocación, no se consideraba una mujer política, y, aun así, durante los años 1931-1936 se dedicó a recorrer los pueblos de España para hacer, como decía ella, «propaganda» de lo que ella consideraba lo justo: el socialismo. 

Una mujer por caminos de España (1952) no es un libro únicamente de memorias de una persona triplemente apartada de la sociedad (mujer, exiliada y republicana). Es, además, un compendio de la situación vivida por los españoles antes de la guerra, durante la fugaz República. Es un libro que merece ser leído con atención, ya que hoy, podrían hacerse ciertos paralelismos, como el siguiente:
“España es atrasada por ignorante. Todo hubiera podido aprenderlo y lo ignora todo. Cada gobierno elige, consciente o inconscientemente, un instrumento de tiranía. Los que han venido gobernando España […] no han considerado esta tierra adventicia como huerto propio que hay que cultivar sino como cantera ajena que es menester explotar.”1


   En esta magnífica obra, ya en la vejez, la autora recuerda su periplo como «propagandista», y observamos que el detallismo de sus recuerdos se escribe con una escritura clara, llena de imágenes, y alusiones a personajes de la mitología, de la filosofía, del cristianismo y de nuestro Caballero de la Triste figura. Esto demuestra la erudición que Lejárraga tuvo durante toda su vida, y su admiración por personajes como Teresa de Jesús, o el propio Jesucristo, al cual compara como a un socialista más.

   Se trataba pues de convencer a las mujeres de votar sin la bendición del marido o del cura, se trataba de convencer a los campesinos amenazados por el cacique, de votar según su conciencia: se trataba pues de una quimera. Ella misma lo reconoce. Y le pusieron trabas, muchas trabas. Anécdotas sobre los diferentes mítines, uno incluso realizado, junto a Fernando de los Ríos, desde el balcón de una plaza completamente vacía por no cederle el ayuntamiento un local. Otro en el que la Casa del Pueblo no había ni una sola mujer, otro realizado en una cuadra… De hecho, según la autora, sólo pudo establecer contacto con mujeres en tres ocasiones2. Como oradora, María sabía cómo dirigirse a su público, según el perfil del mismo. Cuenta que, en El Ferrol, tierra hostil al socialismo, hizo un paralelo con la Biblia para que comprendieran lo que ella quería transmitir:
“Lo único que sabía era que El Ferrol es clerical, que el clero era enemigo de la República, que estábamos […] en Cuaresma, y que, en todos los sermones y pláticas propios del tiempo, los ministros del culto habían procurado contrarrestar por anticipado con sus anatemas la influencia posible de nuestra propaganda…”3

Además, en este libro, Lejárraga nos regala paisajes maravillosos y odas a las diferentes tierras de España: el Levante, Galicia, La Mancha, y, sobre todo, Andalucía. Su descripción sobre cada región visitada nos transporta con una oratoria digna de una poeta, como ella lo era. Por ello, y no podía ser menos, el comienzo del libro es muy peculiar. María habla con su conciencia. A modo de escenas de teatro, Lejárraga discute con su conciencia sobre si lo que hizo estuvo bien o mal. La Conciencia pone a la autora a analizar el desastre de la guerra, la muerte de la República. En este diálogo, es fundamental la relación establecida entre la realidad y el sueño, algo que nos recuerda a otra contemporánea: María Zambrano.

La amargura de una joven República muerta por el fascismo se muestra en cada instante, la frustración de la no intervención de los países occidentales, el aislamiento de una mujer exiliada. Todo esto es motivo para que nos acerquemos a este libro y disfrutemos de la historia privada que, en resumidas cuentas, es la que hace realmente la Historia.
1 P. 95.
2 P. 127.
3 P. 188.

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