viernes, 7 de febrero de 2020

CELIA EN LA REVOLUCIÓN : cuando Elena Fortún quiso olvidar



Artículo publicado en Revista Cultural Los Ojos de Hipatía, 02-09-2019

Rocío González Naranjo

















Triste España sin ventura,












todos te deben llorar,












despoblada d'alegría












para nunca en ti tornar.











Juan del Encina. 1469-1529






Me he leído este libro en dos días, y con pausas. Lo he devorado. Lo he vivido. Lo he sufrido. Es un libro esencial para nuestra triste historia pasada. Reconozco que cuando leí el prólogo de Andrés Trapiello, tuve mis dudas, ya que en él se hablaba de tres Españas, no de dos. Esa España que no comprendía lo que sucedía y que no estaba ni de un lado ni del otro. Pero todas mis dudas se disiparon cuando leí las primeras páginas. Puedo decir que es una obra maestra de nuestra memoria, y que debemos congratularnos que una editorial como Renacimiento la haya rescatado.

Encarnación Aragoneses, más conocida como Elena Fortún, vivió lo que en boca de su personaje infantil, Celia, nos cuenta. Pero ya no es Celia. No es esa niña traviesa inconformista con el mundo de los adultos, que se cuestiona toda su existencia infantil. Tampoco es esa niña que nos hizo reír con sus travesuras. Para aquellos que no hayan leído ninguna aventura de Celia no se preocupen: no tiene importancia cuando leen esta obra. Aquí lo importante es que encontramos una chica de diecisiete años que se cuestiona quién tiene razón, que explica lo que ve, tanto de un bando como del otro, y que intenta convencerse de quiénes son los buenos. El lector podrá leer esta obra sin haber conocido antes la saga de Celia.

Y es que esta obra no estaba destinada a ser publicada. Elena Fortún la escribió en su exilio, y en ella plasmó lo que ella vivió, lo que ella vio. Pero no quiso publicarla, era demasiado doloroso recordar aquella maldita guerra. Marisol Dorao, la biógrafa de Elena Fortún, fue quien tuvo acceso a este documento gracias a la nuera de Encarnación. Y así ha llegado a nuestros días, en una edición magnífica en la colección Elena Fortún de Renacimiento Editores.
Soldado muerto. Pinares de Valsaín. Gerda Taro, mayo-junio de 1937. Crédito: Cortesía del Centro Internacional de Fotografía

No es una novela, es un documento de la realidad diaria que se sucedió en los tres años de guerra y que la autora vivió, aunque la forma más cómoda de presentarlo fuera con el género novelesco. En esta obra no todo es blanco o negro, es gris. Gris como una guerra fratricida puede serlo. De este modo, Celia, que vive en Segovia con su abuelo tras la muerte de su madre, comienza un periplo al que podemos comparar con la Odisea, en el sentido de que el viaje cambia a nuestra heroína, como así lo hizo con el héroe homérico. De este modo, vemos la evolución del personaje, de cómo al principio Celia no comprende nada de lo que está pasando hasta cuando llora desconsolada por la pérdida de la guerra, identificándose así con los republicanos.
Refugiados que huyen de los bombardeos fascistas cerca de Cerro Muriano, en el frente de Córdoba. 5 de septiembre de 1936. Foto de Robert Capa. Fuente: magnumphotos.com
De Segovia, tomada por los franquistas, pasa a Madrid. Allí, mientras cuida de su padre, observa las atrocidades que se cometen: los fusilamientos diarios son una primera catarsis para poner en duda las ideas de su padre, republicano acérrimo. Él prefiere justificar los actos de sus camaradas: “Esas pobres gentes, golpeadas y maltratadas por una sociedad que les niega todo, devuelven mal por mal…”1. El padre de Celia es para ella su guía, su brújula ideológica, y como tal, escucha atentamente:
¿Quién tiene la culpa de lo que hace el pueblo? ¿Quién ha hecho esta revolución sino los señoritos? Los señoritos de los cuarteles, los de las borracheras y las juergas de los cortijos… ¿Es que crees que sólo el pueblo mata?2
Ella no comprende pero cree en su padre, y eso es lo que le va a mover a sobrevivir en un periplo en el que va a conocer el hambre. Hambre, hambre, hambre, por todas partes. Sobrevivir es la palabra exacta para describir la meta diaria de Celia que, despojada de sus hermanas, abandona Madrid y se refugia en Valencia.
Elena Fortún con una visitante en la Feria del Libro infantil, Crónica, enero de 1936

Allí conoce a Jorge, un miliciano que la ayuda a sobrevivir y del que intuimos se enamora. Pero su afán por encontrar a sus hermanas continúa. Se traslada a Barcelona y entonces conoce lo que no vio en Madrid: los bombardeos de los italianos y alemanes. Constantes, horribles, asesinos. En Celia comienza a producirse una progresión que no habíamos visto hasta ahora: deja de ser esa niña traviesa para convertirse en una mujer que, sin embargo, sigue cuestionándose la vida de los adultos. ¿Por qué esta guerra? ¿Por qué tantos muertos? ¿Por qué? No se produce una iluminación, un posicionamiento ideológico de su parte, pero denuncia constantemente lo que hacen unos y lo que cometen otros. Como dije, no hay maniqueísmo, no todos son malos o buenos, y eso es lo que nos acerca a la realidad, a lo que seguramente vivió la propia autora. Ayudada por gente de derecha, de izquierdas, sostenida por amigas del instituto, a pesar de toda la ayuda, se siente sola.

Cuando Fortún escribió esta obra, no omitió personajes célebres en ella, y de este modo vemos pasar personas como Isabel García Lorca, cuyo hermano “han fusilado los fascistas, allí en Andalucía”3, Laura de los Ríos; Ramiro de Maeztu, Muñoz Seca… Personas que la autora conoció en vida. Por eso me inclino a pensar, como Andrés Trapiello, que no es otra saga de Celia, sino la propia experiencia de la autora puesta en boca del personaje de Fortún.
Federico García Lorca, EFE

Cuando llegamos al final, Celia está transformada, como imaginamos que les sucedió a muchos de los españoles que les tocó vivir esta gran tragedia. Una obra impactante, no sólo por la evolución del personaje, o por las descripciones crudas de los cadáveres tras los bombardeos, o por los “paseos” en el Madrid revolucionario, ni siquiera por el hambre constante, sino, y sobre todo el desconocimiento total en el que vivían los republicanos. Ese pacto de silencio que hemos encontrado en otros testimonios y que demuestra que el “derrotismo” no podía existir, el cual incluso estaba penado. Hasta el final, los republicanos creyeron en la ayuda de la Sociedad de Naciones y en la victoria de la democracia. Benditos ilusos que dieron su pasión y sus vidas por una causa democrática que les fue denegada por la historia de los vencedores.
Ten en cuenta que el Gobierno no tiene un ejército disciplinado, no tiene una policía interna, no tiene nada que lo defienda y haga cumplir sus órdenes, más que este pueblo inculto, indisciplinado y desatinado… ese pobre pueblo en cuyas manos estamos tú y yo, y no le tememos ¿verdad, hija mía, que no le tememos? Tú has cruzado durante meses todo Madrid dos veces al día por irme a cuidar al Hospital de Carabanchel, yo nunca he temido por ti… y ahora te oigo salir de casa de noche para ir a las colas y no temo que te pase nada… y aquí estoy solo, y he estado enfermo y solo, con las puertas abiertas en medio del campo, y nunca he temido nada… No, no tememos a este pueblo porque le queremos, y él lo sabe; la inteligencia puede equivocarse, la intuición no se equivoca nunca…4
Autoría deconocida

1 Elena Fortún, Celia en la Revolución, prólogo de Andrés Trapiello, Editorial Renacimiento, Sevilla, 2016, p. 76.
2 Op. cit., p. 115.
3 Op. cit., p. 106.
4 Op. cit., p. 155.

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