Pequeña antología para co-educar: escritoras españolas de la Edad de Plata
Rocío González Naranjo
No
aparecen en los libros de textos. No existen. Pero han dejado huella,
todas ellas, olvidadas, vilipendiadas, ignoradas, silenciadas,
vejadas… A finales del siglo XIX y principios del XX, estas mujeres
se expusieron a un mundo de hombres, facilitando así la vía de las
que vendrían después. Pero no están… Al menos eso es lo que nos
quieren hacer creer.
Hace
poco una compañera pidió ayuda para realizar una mini-antología de
estas mujeres para poder trabajar los textos con los alumnos que
preparan la Selectividad. Ahí va pues, mi pequeño grano de arena,
que espero sea de utilidad para tod@s
los docentes en literatura.
El
28 de noviembre de 1933, como propaganda electoral aparecía en
Revista Portuense, una revista de El Puerto de Santa María, en
Cádiz, un articulo titulado 'Retorna, mujer a tu casa', diciendo lo
siguiente:
Mujer, reintégrate al hogar,
cierra tu puerta, pero deja entornada la ventana para oír el ruido
de la calle y salir presta a defender lo que te es más caro, si la
necesidad te obliga a ello, como aconteció ahora”, decía el
diputado señor Cortés en el discurso lleno de elevada
espiritualidad, pronunciado en un banquete. (…) La mejor escuela de
aprendizaje de ciudadanía no está para la mujer ni en Ateneos,
Academias, Círculos de recreos o Círculos políticos, sino en el
hogar, donde se aprende y se enseña virtudes ciudadanas de gran
estima y valor. Cultas, sí; pero no sabias, aparentemente sabias;
(…) El gran sentido de la mujer española, que vale más que todas
las erudiciones de la mujer intelectual extranjera o española
extranjerizada, suple con creces su falta de cultura en muchas (…)
La mujer española es buena ciudadana, porque es buena madre, buena
esposa, buena hija y buena hermana.
Pero
no retornaron a sus casas, o al menos, no dejaron sus actividades
paralelas a las de una perfecta esposa, madre o hija. No queremos
distinguir entre generaciones, algo que nos hace que encasillemos a
nuestras escritoras con etiquetas. Pero es cierto que, para un
estudio de bachillerato, no podemos pasarnos de ellas. De este modo,
comenzaríamos con la autobiografía, género muy extendido entre
nosotras, en momentos en los que era, quizá, el más íntimo y el
que más “correspondía” con nuestro sexo.
Carmen Baroja,
con la lacra de ser conocida como la hermana de, o la madre de, tenía
sus propias aspiraciones, las cuales no pudieron darse, y en su libro
de memorias el sentimiento de frustración es constante. Pero hay
momentos en los que la chispa de ciertos eventos hace que Carmen nos
transmita las ganas de cambiar el mundo que tenían esas mujeres.
Aquí, Carmen recuerda la fundación del famoso Lyceum Club de
Madrid, en 1926:
Por entonces veníamos
reuniéndonos unas cuantas mujeres con la idea, ya muy antigua en
nosotras, de formar un club de señoras. Esta idea resultaba un poco
exótica en Madrid y la mayoría de las que la teníamos era por
haber estado en Londres, donde eran, y supongo que siguen siendo, tan
abundantes. […] Se luchaba con muchísimos
inconvenientes, el mayor quizá la falta de dinero. Pagábamos una
cuota mensual de diez pesetas y dimos unos duros de entrada ; creo
que éramos unas cincuenta fundadoras. Se nombró una junta y se tomó
un local muy bonito en la calle de las Infantas [num. 31], en la casa
llamada de las Siete Chimeneas. Esta casa es de las pocas, quizá la
única en Madrid, que tiene un fantasma, una dama blanca. Yo propuse
que se la nombrara presidenta honoraria, pero ella no debió [de]
aceptar el cargo porque nunca se la vio. […] María
de Maeztu y alguna más hicieron donativos. Carmen [Monné] propuso
dar una representación de El Mirlo a beneficio del Club, que por
habernos puesto en relación con Londres se llamaría Lyceum Club
Femenino y que sería igual o parecido a los Lyceum que había en las
distintas capitales del mundo. […] La Junta [del
Lyceum] estaba compuesta por María de Maeztu, presidenta, Ella
Palencia, Victoria Kent, Zenobia Camprubí, Amalia Salaverría, la
tesorera más admirable que pueda darse, y no recuerdo si alguna más.
Luego había varias secciones con una presidenta : beneficencia,
arte, biblioteca, sociales, etcétera. […] Otro éxito fue
el de las conferencias. Todos se pirraban por el Lyceum. No hubo
intelectual, médico o artista que no diera una, menos Benavente que
dijo que no quería hablar 'a tontas y a locas'. Pío fue algún día,
aunque no a hablar, y Ricardo dio una [conferencia] sobre grabado por
una exposición de aguafuertes que hizo María Cardona. El gran
falange y mayor majadero Ernesto Giménez Caballero tenía un
periódico futurista, que se decía entonces, que se llamaba
La Gaceta literaria, en donde en todos los números tenía que hablar
de los Baroja y del Lyceum, poniéndonos a todos por las nubes. No
paró hasta que consiguió dar una conferencia en mi sección, que
debió [de] ser sobre algo de pintura. Luego, las señoras me
reprocharon su pesadez y creo que hasta algo de incorrección.
Carmen Baroja y Nessi, Recuerdos
de una mujer de la generación del 98, Editorial Tusquets,
Barcelona, 1999, pp. 89-91.
También María Teresa León
recordaba esta asociación:
Dentro de mi juventud se han
quedado algunos nombres de mujer: María de Maeztu, María Goyri,
María Martinez Sierra, María Baeza, Zenobia Camprubí...y hasta una
delgadísima pavesa inteligente, sentada en un salón: Doña Blanca
de los Ríos. Y otra veterana de la novelistica: Concha Espina. Y más
lejos, casi fundida en los primeros recuerdos, el ancho rostro de
vivaces ojillos arrugados de la condesa de Pardo Bazán...¡Mujeres
de España! Creo que se movían por Madrid sin mucha conexión, sin
formar un frente de batalla, salvo algunos lances feminísticos, casi
siempre tomados a broma por los imprudentes. Ya había nacido la
Residencia de Señoritas, dirigida por María Maeztu e inaugurado el
Instituto Escuela sus clases mixtas, hasta poner los pelos de punta a
los reaccionarios mojigatos. Pero las mujeres no encontraron un
centro de unión hasta que apareció el Lyceum Club.
Por aquellos años comenzaba
el eclipse de la dictadura de Primo de Rivera. En los salones de la
calle de las Infantas se conspiraba entre conferencias y tazas de té.
Aquella insólita independencia mujeril fue atacada rabiosamente. El
caso se llevó a los púlpitos, se agitaron las campanillas políticas
para destruir la sublevación de las faldas. Cuando fueron a pedir a
Jacinto Benavente una conferencia para el Club, contestó, con su
arbitrario talante: No tengo tiempo. Yo no puedo dar una conferencia
a tontas y a locas. Pero otros apoyaron la experiencia, y el Lyceum
Club se fue convirtiendo en el hueso difícil de roer de la
independencia femenina. Se dieron conferencias famosas. No la de
menos bulla, aquella dada por Rafael Alberti: “Palomita y
Galápago”. Eran los tiempos en que por las calles madrileñas
corría la subversión y la burla. La caprichosa monarquía de
entonces sostenía a su dictador jacarandoso para cerrar el paso el
paso a algo que se avecinaba. El Lyceum Club no era una reunión de
mujeres de abanico y baile. Se había propuesto adelantar el reloj de
España. Creo que fue María de Maeztu la primera presidenta y Halma
Angélico la última.
María Teresa León, Memoria
de la Melancolía, Editorial Losada, Buenos Aires, 1970, pp
513-515.
León no pertenecía a la
“generación” de Carmen Baroja, pues ha quedado demostrado que
ella también formó parte de la llamada Generación del 27. Por
ello, utilizaremos, como lo han hecho otras compañeras, la
generación del 26, año en que se fundó esta asociación
primordial para tejer redes y lazos entre artistas, políticas,
educadoras, feministas y fundar un nuevo feminismo español. Allí
cohabitaron las más modernas con las de otras generaciones, con un
objetivo común: la sororidad.
Pero León cuenta también en
sus memorias, el papel que realizó durante la guerra civil, como
máximo exponente de la cultura durante la guerra, en un Madrid
sitiado por los fascistas.
Por primera vez en España se
representó una obra soviética: La tragedia optimista, de
Vishnievski y subió ahí, a ese hueco oscuro, la Numancia de Miguel
de Cervantes. Ahora pienso que los bombardeos resonando en la
techumbre no asustaban al pueblo (…) Había un heroísmo en la sala
tan atenta que correspondía a los personajes. Era todo un grito, un
combate, una razón de vida heroica lo que se escuchaba, lo que se
veía. Nunca hubo mayor correspondencia entre una sala y un
escenario. Allí los numantinos, aquí los madrileños. […] Ya
podían los aviones franquistas hacer temblar los tejados viejos del
teatro de la Zarzuela, dentro estábamos nosotros, el grupo que en
versos clásicos dominaba la escena, haciendo llorar a un público
extraordinario que llegaba de los frentes por diez céntimos,
abrazaba a la novia, a la madre y era tal vez su primera experiencia
teatral porque en su pueblecito, eso del teatro...
María Teresa León, Memoria
de la Melancolía, Editorial Losada, Buenos Aires, 1970, pp
52-53.
El teatro: el arte más
masculino y público de todos, en el que las mujeres sólo tenían
derecho a ser actrices, pero no dramaturgas, y mucho menos directoras
de escena. Se ha hablado mucho de las tragedias rurales de Federico
García Lorca, pero se han olvidado de una dramaturga, la última
presidenta del Lyceum, cuyas obras teatrales adelantaron el género
teatral de las tragedias rurales antes de que Lorca estrenara La casa
de Bernarda Alba.
Estamos hablando de Halma Angélico,
pseudónimo de la mallorquina María Francisca Clar Margarit. En su
obra La nieta de Fedra, Angélico recrea el mito,
“españolizándolo”, haciéndolo nuestro, y pidiendo un cambio en
los códigos sociales que pesaban sobre la mujer. Berta es el nombre
de esta nueva Fedra: intolerante con su madre, la cual se vio
obligada a ser una madre soltera. Al final, como se dice hoy en día,
el karma llega a ella, enamorándose de su hijastro. En el fragmento
siguiente podemos ver la personalidad de esta nueva Fedra, cuando
habla con su madre sobre las mujeres “de mala vida”:
BERTA: (…) Mientras unos se
levantan temprano para acudir al trabajo o para oír una misa
piadosa, otros vuelven de jolgorio o se retiran después de una noche
de aventura que deja en sus rostros una máscara repugnante y
asquerosa (Con profundo desprecio) ¡Hay cada tipo de mujer que, si
de mí dependiera el darla su merecido!...
MONICA: Ciertamente que su
oficio es execrable, pero la criatura debe compadecerse: ¡Quién
sabe cuál fue el origen de la culpa!
BERTA: (Inexorable) El que
fuera...La culpa, siempre es la culpa, y ésa más. Toda mujer tiene
un honor que defender; si no sabe hacerlo, no merece compasión, sino
desprecio.
MONICA: (…) Hay ocasiones
en la vida en que la desgracia (…) pueden hacernos caer en la
culpa...; nadie debe juzgarse más que otro (…) ¡Me da miedo
porque eres mujer! (…)
BERTA: (…) a mí el que cae
en culpa no me da lástima, sino desprecio, porque le juzgo inferior
a mí...
Halma Angélico, La nieta de
Fedra, Tip. Velasco, Madrid, 1929, pp. 49-51.
Incluso podemos comprobar la
visión que se da de la mujer en aquella época, testimonio
imprescindible para comprender a nuestras mujeres:
ROMÁN: Porque Dios ha
querido derramar sus luces a manos llenas sobre esa insignificante
criatura y, por añadidura, mujer.
ANGELA: Según tú, ¡la
última palabra del credo! No quieres bien a las mujeres y todas te
parecen malas...
ROMÁN: Y lo son; como que,
quien dice mujer, dice demonio; la que no tiene una cosa, tiene
otra... Una mujer nos perdió a todos...
MARTÍN CONDE: No tanto, no
tanto: un padre de la Iglesia, santo y sabio, afirma que la mayor
culpa en nuestra perdición no fue de Eva, sino de Adán (…) Eva se
dejó engañar de un ser muy superior a ella, como era Lucifer,
criatura perfecta..., mientras que Adán se dejó convencer por uno
inferior, como dicen que la mujer es con respecto al hombre, cosa que
yo ni afirmo ni niego, pero voy teniendo mis dudas al paso que cotejo
ejemplares de ambos géneros...(...).
Halma Angélico, La nieta de
Fedra, Tip. Velasco, Madrid, 1929, pp. 111.
El ensayo filosófico fue, por
excelencia, uno de los géneros más vetados a las mujeres, pero
María Zambrano, que podría ser considerada de la generación
del 14, desarrolló de manera excelente su razón poética. Aún
germinándose, esa razón poética, que se oponía a la razón vital
de su maestro Ortega, no se desprendía de lo que podía significar
la democracia:
El orden democrático se
logra tan solo con la participación de todos en cuanto persona [...]
Ya que la igualdad de todos los hombres, dogma fundamental de la fe
democrática, es igualdad en tanto que personas humanas, no en cuanto
a cualidades o caracteres; igualdad no es uniformidad [...] La
democracia es el régimen de la unidad en la multiplicidad, del
reconocimiento, por tanto, de todas las diversidades, de todas las
diferencias de situación.
María Zambrano, Persona y
democracia [1958]
1996, pp.136.
Pero si lo que buscamos es la
culminación de su razón poética, tenemos La Tumba de Antígona,
un texto híbrido que mezcla el ensayo filosófico con el teatro. De
este modo, con esta recreación de Antígona, la autora explica lo
que es, siguiendo sus palabras, el “resurgir de los ínferos”
para convertirse en una nueva persona:
Antígona, en verdad, no se
suicido en su tumba, según Sófocles, incurriendo en un inevitable
error, nos cuenta. Mas, ¿podía Antígona darse la muerte, ella que
no había dispuesto nunca de su vida? No tuvo siquiera tiempo
para reparar en si misma. Despertada de su sueño
de niña por el error de su padre y el suicidio de su madre, por la
anomalía de su origen, por el exilio, obligada
a servir de guía al padre-ciego, rey-mendigo, inocente-culpable,
hubo de entrar en la plenitud de la conciencia.
El conflicto trágico la encontró virgen y la
tomo enteramente para si; creció dentro de él como una larva
en su capullo. Sin ella el proceso trágico de la familia y de la
ciudad no hubiera podido proseguir ni, menos aún, arrojar su
sentido. 145-146
En
este texto encontramos nociones esenciales para comprender la
elección de Zambrano en cuanto a Antígona. Antígona se desvela del
sueño en el que estaba sumida (heterodoxo cósmico), y asume sin
tener culpa ninguna, las faltas cometidas por su familia : el pecado
cometido por Edipo su padre, el consecuente suicidio de Yocasta su
madre, el exilio que sigue Antígona guiando como un lazarillo a su
padre (ver Edipo en Colona). Porque Edipo es un rey mendigo (Edipo no
se conoce como persona, y llega a ser rey), siendo inocente por un
lado, pero culpable de hybris por otro. Así, Antígona acompaña a
este padre que no llega a conocerse. Y tras esto el "conflicto
trágico" la encuentra virgen, es decir, no tuvo tiempo de tener
esposo, de casarse con Hemón, pues asume el entierro prohibido de su
hermano. En realidad, Antígona es la hermana por excelencia, puesto
que prefiere sacrificarse por un hermano. Y es gracias a ella, nos
dice Zambrano, que el proceso trágico pudo evolucionar y encontrar
un sentido. Por ello, no podía morir como lo hizo Sófocles.
Zambrano le da tiempo para llegar a darle sentido a esta situación y
para llegar a ser persona, para conocerse a si misma, para renacer.
Es en Antígona donde se
muestra una verdadera transcendencia de este género, porque es pura,
y por lo tanto, puede renacer otra vez. No olvidemos que Antígona
pertenece a los enmurados, a las mujeres virginales que tanto gusta a
Zambrano, las inocentes, las victimas de sacrificio no culpables.
Además, Antígona es uno de los personajes que puede renacer, como
sucede con los personajes que parecen recién nacidos, que se han
quedado en ese estado convencidos de haber nacido del todo a pesar de
que no saben ni donde están. Sin tiempo, sigue sin trascender los
problemas que acechan a la joven: la transformación de Edipo, la
guerra civil, la muerte de los hermanos, la muerte de Hemón, el
recuerdo de su madre Yocasta. Así se revela la condición de
Antígona.
La poesía fue un género que
las mujeres pudieron desarrollar sin ser atacadas, sin poner en
cuestión si podían o no ser escritoras. Muchas de ellas no fueron
reconocidas, pero aún así, mostraron su valía como cualquier otro
poeta, sobre todo de la Generación del 27. Ernestina de Champourcin
y Josefina de la Torre fueron oficialmente reconocidas por la
antología que realizó Gerardo Diego. Aquí os dejamos un evocador
poema de Josefina de la Torre, en la que recuerda a aquellos amigos
que le hicieron sentir “descubierta”.
Mis
amigos de entonces,
aquellos que leíais mis versos
y escuchabais mi música:
Luis, Jorge, Rafael,
Manuel, Gustavo...
¡y tantos otros ya perdidos!
Enrique, Pedro, Juan,
Emilio, Federico...,
¿por qué este hueco entre las dos mitades?
Vosotros ayudasteis
a la blandura del que fue mi nido.
Yo me formé al calor
que con vuestras palabras me envolvía.
Me hicisteis importante.
Con vuestro ejemplo,
me inventé una ambición
y tuve
vuelos insospechados de gaviota.
Gaviota, sí,
porque fue el mar mi espejo
y reflejó mi infancia, mis setiembres.
¡Amigos que de mí hicisteis nombre!
A la mitad vertiente de mi vida
hoy os llamo.
¡Tendedme vuestras manos!
Yo me sentí nacer,
para luego rozar de los cimientos
la certera caricia.
Pero de pronto,
un día me cubrió lo indefendible,
algo sin cuerpo, sin olor, sin música...,
y me sentí empujada,
cubierta de ceniza,
borrada con olvido.
¿Dónde estabais vosotros, compañeros,
vuestras letras de molde, vuestro ingenio,
vuestra defensa
contra el desconocido ataque?
¡Oh, amigos!
Enrique, Pedro, Juan,
Emilio, Federico...,
nombres
que no responderán mi voz.
Manuel, Gustavo,
lejos...
Luis, Jorge, Rafael...
Que aunque el afán
vientos nos dé para encontrarnos,
ignoro en qué ciudad
y si llegará el día
en que vuelva a sentirme descubierta.
aquellos que leíais mis versos
y escuchabais mi música:
Luis, Jorge, Rafael,
Manuel, Gustavo...
¡y tantos otros ya perdidos!
Enrique, Pedro, Juan,
Emilio, Federico...,
¿por qué este hueco entre las dos mitades?
Vosotros ayudasteis
a la blandura del que fue mi nido.
Yo me formé al calor
que con vuestras palabras me envolvía.
Me hicisteis importante.
Con vuestro ejemplo,
me inventé una ambición
y tuve
vuelos insospechados de gaviota.
Gaviota, sí,
porque fue el mar mi espejo
y reflejó mi infancia, mis setiembres.
¡Amigos que de mí hicisteis nombre!
A la mitad vertiente de mi vida
hoy os llamo.
¡Tendedme vuestras manos!
Yo me sentí nacer,
para luego rozar de los cimientos
la certera caricia.
Pero de pronto,
un día me cubrió lo indefendible,
algo sin cuerpo, sin olor, sin música...,
y me sentí empujada,
cubierta de ceniza,
borrada con olvido.
¿Dónde estabais vosotros, compañeros,
vuestras letras de molde, vuestro ingenio,
vuestra defensa
contra el desconocido ataque?
¡Oh, amigos!
Enrique, Pedro, Juan,
Emilio, Federico...,
nombres
que no responderán mi voz.
Manuel, Gustavo,
lejos...
Luis, Jorge, Rafael...
Que aunque el afán
vientos nos dé para encontrarnos,
ignoro en qué ciudad
y si llegará el día
en que vuelva a sentirme descubierta.
Seguiremos con esta especie de
antología en próximas entradas. Esperemos que este inicio pueda
ayudar a nuestr@s
docentes a enseñar un poco más la otra mitad del ser humano como
ente artístico. Por ellas, por nosotras, por las que vendrán.