miércoles, 31 de octubre de 2018

Pequeña antología para co-educar: escritoras españolas de la Edad de Plata

Pequeña antología para co-educar: escritoras españolas de la Edad de Plata

Rocío González Naranjo

No aparecen en los libros de textos. No existen. Pero han dejado huella, todas ellas, olvidadas, vilipendiadas, ignoradas, silenciadas, vejadas… A finales del siglo XIX y principios del XX, estas mujeres se expusieron a un mundo de hombres, facilitando así la vía de las que vendrían después. Pero no están… Al menos eso es lo que nos quieren hacer creer.
Hace poco una compañera pidió ayuda para realizar una mini-antología de estas mujeres para poder trabajar los textos con los alumnos que preparan la Selectividad. Ahí va pues, mi pequeño grano de arena, que espero sea de utilidad para tod@s los docentes en literatura.




El 28 de noviembre de 1933, como propaganda electoral aparecía en Revista Portuense, una revista de El Puerto de Santa María, en Cádiz, un articulo titulado 'Retorna, mujer a tu casa', diciendo lo siguiente:

Mujer, reintégrate al hogar, cierra tu puerta, pero deja entornada la ventana para oír el ruido de la calle y salir presta a defender lo que te es más caro, si la necesidad te obliga a ello, como aconteció ahora”, decía el diputado señor Cortés en el discurso lleno de elevada espiritualidad, pronunciado en un banquete. (…) La mejor escuela de aprendizaje de ciudadanía no está para la mujer ni en Ateneos, Academias, Círculos de recreos o Círculos políticos, sino en el hogar, donde se aprende y se enseña virtudes ciudadanas de gran estima y valor. Cultas, sí; pero no sabias, aparentemente sabias; (…) El gran sentido de la mujer española, que vale más que todas las erudiciones de la mujer intelectual extranjera o española extranjerizada, suple con creces su falta de cultura en muchas (…) La mujer española es buena ciudadana, porque es buena madre, buena esposa, buena hija y buena hermana.

Pero no retornaron a sus casas, o al menos, no dejaron sus actividades paralelas a las de una perfecta esposa, madre o hija. No queremos distinguir entre generaciones, algo que nos hace que encasillemos a nuestras escritoras con etiquetas. Pero es cierto que, para un estudio de bachillerato, no podemos pasarnos de ellas. De este modo, comenzaríamos con la autobiografía, género muy extendido entre nosotras, en momentos en los que era, quizá, el más íntimo y el que más “correspondía” con nuestro sexo. 



Carmen Baroja, con la lacra de ser conocida como la hermana de, o la madre de, tenía sus propias aspiraciones, las cuales no pudieron darse, y en su libro de memorias el sentimiento de frustración es constante. Pero hay momentos en los que la chispa de ciertos eventos hace que Carmen nos transmita las ganas de cambiar el mundo que tenían esas mujeres. Aquí, Carmen recuerda la fundación del famoso Lyceum Club de Madrid, en 1926:

Por entonces veníamos reuniéndonos unas cuantas mujeres con la idea, ya muy antigua en nosotras, de formar un club de señoras. Esta idea resultaba un poco exótica en Madrid y la mayoría de las que la teníamos era por haber estado en Londres, donde eran, y supongo que siguen siendo, tan abundantes. […] Se luchaba con muchísimos inconvenientes, el mayor quizá la falta de dinero. Pagábamos una cuota mensual de diez pesetas y dimos unos duros de entrada ; creo que éramos unas cincuenta fundadoras. Se nombró una junta y se tomó un local muy bonito en la calle de las Infantas [num. 31], en la casa llamada de las Siete Chimeneas. Esta casa es de las pocas, quizá la única en Madrid, que tiene un fantasma, una dama blanca. Yo propuse que se la nombrara presidenta honoraria, pero ella no debió [de] aceptar el cargo porque nunca se la vio. […] María de Maeztu y alguna más hicieron donativos. Carmen [Monné] propuso dar una representación de El Mirlo a beneficio del Club, que por habernos puesto en relación con Londres se llamaría Lyceum Club Femenino y que sería igual o parecido a los Lyceum que había en las distintas capitales del mundo. […] La Junta [del Lyceum] estaba compuesta por María de Maeztu, presidenta, Ella Palencia, Victoria Kent, Zenobia Camprubí, Amalia Salaverría, la tesorera más admirable que pueda darse, y no recuerdo si alguna más. Luego había varias secciones con una presidenta : beneficencia, arte, biblioteca, sociales, etcétera. […] Otro éxito fue el de las conferencias. Todos se pirraban por el Lyceum. No hubo intelectual, médico o artista que no diera una, menos Benavente que dijo que no quería hablar 'a tontas y a locas'. Pío fue algún día, aunque no a hablar, y Ricardo dio una [conferencia] sobre grabado por una exposición de aguafuertes que hizo María Cardona. El gran falange y mayor majadero Ernesto Giménez Caballero tenía un periódico futurista, que se decía entonces, que se llamaba La Gaceta literaria, en donde en todos los números tenía que hablar de los Baroja y del Lyceum, poniéndonos a todos por las nubes. No paró hasta que consiguió dar una conferencia en mi sección, que debió [de] ser sobre algo de pintura. Luego, las señoras me reprocharon su pesadez y creo que hasta algo de incorrección.

Carmen Baroja y Nessi, Recuerdos de una mujer de la generación del 98, Editorial Tusquets, Barcelona, 1999, pp. 89-91.



También María Teresa León recordaba esta asociación:

Dentro de mi juventud se han quedado algunos nombres de mujer: María de Maeztu, María Goyri, María Martinez Sierra, María Baeza, Zenobia Camprubí...y hasta una delgadísima pavesa inteligente, sentada en un salón: Doña Blanca de los Ríos. Y otra veterana de la novelistica: Concha Espina. Y más lejos, casi fundida en los primeros recuerdos, el ancho rostro de vivaces ojillos arrugados de la condesa de Pardo Bazán...¡Mujeres de España! Creo que se movían por Madrid sin mucha conexión, sin formar un frente de batalla, salvo algunos lances feminísticos, casi siempre tomados a broma por los imprudentes. Ya había nacido la Residencia de Señoritas, dirigida por María Maeztu e inaugurado el Instituto Escuela sus clases mixtas, hasta poner los pelos de punta a los reaccionarios mojigatos. Pero las mujeres no encontraron un centro de unión hasta que apareció el Lyceum Club.
Por aquellos años comenzaba el eclipse de la dictadura de Primo de Rivera. En los salones de la calle de las Infantas se conspiraba entre conferencias y tazas de té. Aquella insólita independencia mujeril fue atacada rabiosamente. El caso se llevó a los púlpitos, se agitaron las campanillas políticas para destruir la sublevación de las faldas. Cuando fueron a pedir a Jacinto Benavente una conferencia para el Club, contestó, con su arbitrario talante: No tengo tiempo. Yo no puedo dar una conferencia a tontas y a locas. Pero otros apoyaron la experiencia, y el Lyceum Club se fue convirtiendo en el hueso difícil de roer de la independencia femenina. Se dieron conferencias famosas. No la de menos bulla, aquella dada por Rafael Alberti: “Palomita y Galápago”. Eran los tiempos en que por las calles madrileñas corría la subversión y la burla. La caprichosa monarquía de entonces sostenía a su dictador jacarandoso para cerrar el paso el paso a algo que se avecinaba. El Lyceum Club no era una reunión de mujeres de abanico y baile. Se había propuesto adelantar el reloj de España. Creo que fue María de Maeztu la primera presidenta y Halma Angélico la última.

María Teresa León, Memoria de la Melancolía, Editorial Losada, Buenos Aires, 1970, pp 513-515.

León no pertenecía a la “generación” de Carmen Baroja, pues ha quedado demostrado que ella también formó parte de la llamada Generación del 27. Por ello, utilizaremos, como lo han hecho otras compañeras, la generación del 26, año en que se fundó esta asociación primordial para tejer redes y lazos entre artistas, políticas, educadoras, feministas y fundar un nuevo feminismo español. Allí cohabitaron las más modernas con las de otras generaciones, con un objetivo común: la sororidad.
Pero León cuenta también en sus memorias, el papel que realizó durante la guerra civil, como máximo exponente de la cultura durante la guerra, en un Madrid sitiado por los fascistas.

Por primera vez en España se representó una obra soviética: La tragedia optimista, de Vishnievski y subió ahí, a ese hueco oscuro, la Numancia de Miguel de Cervantes. Ahora pienso que los bombardeos resonando en la techumbre no asustaban al pueblo (…) Había un heroísmo en la sala tan atenta que correspondía a los personajes. Era todo un grito, un combate, una razón de vida heroica lo que se escuchaba, lo que se veía. Nunca hubo mayor correspondencia entre una sala y un escenario. Allí los numantinos, aquí los madrileños. […] Ya podían los aviones franquistas hacer temblar los tejados viejos del teatro de la Zarzuela, dentro estábamos nosotros, el grupo que en versos clásicos dominaba la escena, haciendo llorar a un público extraordinario que llegaba de los frentes por diez céntimos, abrazaba a la novia, a la madre y era tal vez su primera experiencia teatral porque en su pueblecito, eso del teatro...

María Teresa León, Memoria de la Melancolía, Editorial Losada, Buenos Aires, 1970, pp 52-53.

El teatro: el arte más masculino y público de todos, en el que las mujeres sólo tenían derecho a ser actrices, pero no dramaturgas, y mucho menos directoras de escena. Se ha hablado mucho de las tragedias rurales de Federico García Lorca, pero se han olvidado de una dramaturga, la última presidenta del Lyceum, cuyas obras teatrales adelantaron el género teatral de las tragedias rurales antes de que Lorca estrenara La casa de Bernarda Alba. 



Estamos hablando de Halma Angélico, pseudónimo de la mallorquina María Francisca Clar Margarit. En su obra La nieta de Fedra, Angélico recrea el mito, “españolizándolo”, haciéndolo nuestro, y pidiendo un cambio en los códigos sociales que pesaban sobre la mujer. Berta es el nombre de esta nueva Fedra: intolerante con su madre, la cual se vio obligada a ser una madre soltera. Al final, como se dice hoy en día, el karma llega a ella, enamorándose de su hijastro. En el fragmento siguiente podemos ver la personalidad de esta nueva Fedra, cuando habla con su madre sobre las mujeres “de mala vida”:

BERTA: (…) Mientras unos se levantan temprano para acudir al trabajo o para oír una misa piadosa, otros vuelven de jolgorio o se retiran después de una noche de aventura que deja en sus rostros una máscara repugnante y asquerosa (Con profundo desprecio) ¡Hay cada tipo de mujer que, si de mí dependiera el darla su merecido!...
MONICA: Ciertamente que su oficio es execrable, pero la criatura debe compadecerse: ¡Quién sabe cuál fue el origen de la culpa!
BERTA: (Inexorable) El que fuera...La culpa, siempre es la culpa, y ésa más. Toda mujer tiene un honor que defender; si no sabe hacerlo, no merece compasión, sino desprecio.
MONICA: (…) Hay ocasiones en la vida en que la desgracia (…) pueden hacernos caer en la culpa...; nadie debe juzgarse más que otro (…) ¡Me da miedo porque eres mujer! (…)
BERTA: (…) a mí el que cae en culpa no me da lástima, sino desprecio, porque le juzgo inferior a mí...

Halma Angélico, La nieta de Fedra, Tip. Velasco, Madrid, 1929, pp. 49-51.

Incluso podemos comprobar la visión que se da de la mujer en aquella época, testimonio imprescindible para comprender a nuestras mujeres:

ROMÁN: Porque Dios ha querido derramar sus luces a manos llenas sobre esa insignificante criatura y, por añadidura, mujer.
ANGELA: Según tú, ¡la última palabra del credo! No quieres bien a las mujeres y todas te parecen malas...
ROMÁN: Y lo son; como que, quien dice mujer, dice demonio; la que no tiene una cosa, tiene otra... Una mujer nos perdió a todos...
MARTÍN CONDE: No tanto, no tanto: un padre de la Iglesia, santo y sabio, afirma que la mayor culpa en nuestra perdición no fue de Eva, sino de Adán (…) Eva se dejó engañar de un ser muy superior a ella, como era Lucifer, criatura perfecta..., mientras que Adán se dejó convencer por uno inferior, como dicen que la mujer es con respecto al hombre, cosa que yo ni afirmo ni niego, pero voy teniendo mis dudas al paso que cotejo ejemplares de ambos géneros...(...).

Halma Angélico, La nieta de Fedra, Tip. Velasco, Madrid, 1929, pp. 111.



El ensayo filosófico fue, por excelencia, uno de los géneros más vetados a las mujeres, pero María Zambrano, que podría ser considerada de la generación del 14, desarrolló de manera excelente su razón poética. Aún germinándose, esa razón poética, que se oponía a la razón vital de su maestro Ortega, no se desprendía de lo que podía significar la democracia:

El orden democrático se logra tan solo con la participación de todos en cuanto persona [...] Ya que la igualdad de todos los hombres, dogma fundamental de la fe democrática, es igualdad en tanto que personas humanas, no en cuanto a cualidades o caracteres; igualdad no es uniformidad [...] La democracia es el régimen de la unidad en la multiplicidad, del reconocimiento, por tanto, de todas las diversidades, de todas las diferencias de situación.

María Zambrano, Persona y democracia [1958] 1996, pp.136.

Pero si lo que buscamos es la culminación de su razón poética, tenemos La Tumba de Antígona, un texto híbrido que mezcla el ensayo filosófico con el teatro. De este modo, con esta recreación de Antígona, la autora explica lo que es, siguiendo sus palabras, el “resurgir de los ínferos” para convertirse en una nueva persona:


Antígona, en verdad, no se suicido en su tumba, según Sófocles, incurriendo en un inevitable error, nos cuenta. Mas, ¿podía Antígona darse la muerte, ella que no había dispuesto nunca de su vida? No tuvo siquiera tiempo para reparar en si misma. Despertada de su sueño de niña por el error de su padre y el suicidio de su madre, por la anomalía de su origen, por el exilio, obligada a servir de guía al padre-ciego, rey-mendigo, inocente-culpable, hubo de entrar en la plenitud de la conciencia. El conflicto trágico la encontró virgen y la tomo enteramente para si; creció dentro de él como una larva en su capullo. Sin ella el proceso trágico de la familia y de la ciudad no hubiera podido proseguir ni, menos aún, arrojar su sentido. 145-146
En este texto encontramos nociones esenciales para comprender la elección de Zambrano en cuanto a Antígona. Antígona se desvela del sueño en el que estaba sumida (heterodoxo cósmico), y asume sin tener culpa ninguna, las faltas cometidas por su familia : el pecado cometido por Edipo su padre, el consecuente suicidio de Yocasta su madre, el exilio que sigue Antígona guiando como un lazarillo a su padre (ver Edipo en Colona). Porque Edipo es un rey mendigo (Edipo no se conoce como persona, y llega a ser rey), siendo inocente por un lado, pero culpable de hybris por otro. Así, Antígona acompaña a este padre que no llega a conocerse. Y tras esto el "conflicto trágico" la encuentra virgen, es decir, no tuvo tiempo de tener esposo, de casarse con Hemón, pues asume el entierro prohibido de su hermano. En realidad, Antígona es la hermana por excelencia, puesto que prefiere sacrificarse por un hermano. Y es gracias a ella, nos dice Zambrano, que el proceso trágico pudo evolucionar y encontrar un sentido. Por ello, no podía morir como lo hizo Sófocles. Zambrano le da tiempo para llegar a darle sentido a esta situación y para llegar a ser persona, para conocerse a si misma, para renacer.

Es en Antígona donde se muestra una verdadera transcendencia de este género, porque es pura, y por lo tanto, puede renacer otra vez. No olvidemos que Antígona pertenece a los enmurados, a las mujeres virginales que tanto gusta a Zambrano, las inocentes, las victimas de sacrificio no culpables. Además, Antígona es uno de los personajes que puede renacer, como sucede con los personajes que parecen recién nacidos, que se han quedado en ese estado convencidos de haber nacido del todo a pesar de que no saben ni donde están. Sin tiempo, sigue sin trascender los problemas que acechan a la joven: la transformación de Edipo, la guerra civil, la muerte de los hermanos, la muerte de Hemón, el recuerdo de su madre Yocasta. Así se revela la condición de Antígona.


La poesía fue un género que las mujeres pudieron desarrollar sin ser atacadas, sin poner en cuestión si podían o no ser escritoras. Muchas de ellas no fueron reconocidas, pero aún así, mostraron su valía como cualquier otro poeta, sobre todo de la Generación del 27. Ernestina de Champourcin y Josefina de la Torre fueron oficialmente reconocidas por la antología que realizó Gerardo Diego. Aquí os dejamos un evocador poema de Josefina de la Torre, en la que recuerda a aquellos amigos que le hicieron sentir “descubierta”.

Mis amigos de entonces,
aquellos que leíais mis versos
y escuchabais mi música:
Luis, Jorge, Rafael,
Manuel, Gustavo...
¡y tantos otros ya perdidos!
Enrique, Pedro, Juan,
Emilio, Federico...,
¿por qué este hueco entre las dos mitades?
Vosotros ayudasteis
a la blandura del que fue mi nido.
Yo me formé al calor
que con vuestras palabras me envolvía.
Me hicisteis importante.
Con vuestro ejemplo,
me inventé una ambición
y tuve
vuelos insospechados de gaviota.
Gaviota, sí,
porque fue el mar mi espejo
y reflejó mi infancia, mis setiembres.
¡Amigos que de mí hicisteis nombre!
A la mitad vertiente de mi vida
hoy os llamo.
¡Tendedme vuestras manos!
Yo me sentí nacer,
para luego rozar de los cimientos
la certera caricia.
Pero de pronto,
un día me cubrió lo indefendible,
algo sin cuerpo, sin olor, sin música...,
y me sentí empujada,
cubierta de ceniza,
borrada con olvido. 
¿Dónde estabais vosotros, compañeros,
vuestras letras de molde, vuestro ingenio,
vuestra defensa
contra el desconocido ataque?
¡Oh, amigos!
Enrique, Pedro, Juan,
Emilio, Federico...,
nombres
que no responderán mi voz.
Manuel, Gustavo,
lejos...
Luis, Jorge, Rafael...
Que aunque el afán
vientos nos dé para encontrarnos,
ignoro en qué ciudad
y si llegará el día
en que vuelva a sentirme descubierta.



Seguiremos con esta especie de antología en próximas entradas. Esperemos que este inicio pueda ayudar a nuestr@s docentes a enseñar un poco más la otra mitad del ser humano como ente artístico. Por ellas, por nosotras, por las que vendrán.

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